superficie frenante

El funcionamiento de los sistemas de freno se basa en el rozamiento de determinados elementos, y el grado de eficacia de esa fricción para detener el vehículo depende de varios factores. Uno de ellos es la superficie frenante, que es aquella sobre la que actúan los forros de los frenos.
La superficie frenante tiene una relación inversamente proporcional con la presión que debe ser ejercida sobre los forros de rozamiento: cuanto más pequeña sea la primera, más intensa tendrá que ser la segunda para asegurar el frenado. Por eso es esencial que las dimensiones de la superficie frenante sean las adecuadas al peso del vehículo y a la velocidad que este puede alcanzar.

Los dos sistemas de frenado más extendidos son el de disco y el de tambor. En el primero, que montan la práctica totalidad de los turismos, un disco gira de forma solidaria con el buje de la rueda y es detenido por la fricción que sobre él ejercen las pastillas. En el freno de tambor son las zapatas las encargadas de generar el rozamiento, en este caso contra la cara interior del tambor.
A igualdad de diámetro, la superficie frenante de los frenos de tambor es mayor que la de los de disco, pero estos últimos actúan con una presión muy superior.
Otro factor íntimamente relacionado con esa superficie es el material con que están fabricados los elementos que entran en contacto y generan el rozamiento. La compañía británica Ferodo fue la primera en emplear el amianto para los forros de los frenos, pero la prohibición del uso de ese material por sus potenciales efectos cancerígenos llevó al desarrollo de otras alternativas.
En la actualidad, los forros de pastillas y zapatas contienen caucho, filamentos de zinc o latón y resinas fenólicas. Presentan un alto coeficiente de rozamiento y una elevada resistencia térmica y mecánica.