Automovilismo

El uso deportivo del automóvil arrancó con las primeras carreras de coches, a finales del siglo XIX. Se trataba entonces de un simple entretenimiento de personas adineradas, pues eran las únicas que tenían acceso a un vehículo de motor. A lo largo del XX, las peligrosas carreras en carreteras abiertas fueron sustituidas gradualmente por pruebas en circuitos o en tramos cerrados al tráfico. La Federación Internacional del Automóvil (FIA), fundada en 1904, se encarga de la regulación y organización de las competiciones automovilísticas más destacadas a nivel mundial.

El deporte del automovilismo incluye multitud de tipos de pruebas y categorías competitivas. Entre las más conocidas están la Fórmula 1, el Campeonato Mundial de Rally, la NASCAR o pruebas de resistencia como las 24 Horas de Le Mans.

El esfuerzo en desarrollo tecnológico exigido por las competiciones automovilísticas ha sido aprovechado, en numerosas ocasiones, por los fabricantes de vehículos de calle. Incluso una categoría como la Fórmula 1, en apariencia tan distanciada de los coches ordinarios, ha generado sistemas y dispositivos que incorporan en la actualidad muchos turismos.

El turbo fue empleado por la escudería Renault a finales de los años setenta, y el cambio secuencial también se debe a un sistema creado por Ferrari en la Fórmula 1. Las suspensiones activas, capaces de adaptar su comportamiento a las irregularidades del terreno, son otra aportación desarrollada en el mundo de la competición, a lo que se suma el progreso en el diseño, rendimiento y prestaciones de los neumáticos gracias a su exhaustivo estudio por parte de las escuderías.

La mejora notable de los aceites lubricantes del motor o el perfeccionamiento de las cualidades aerodinámicas de las carrocerías son también avances a los que la dimensión deportiva del automóvil ha contribuido decisivamente.